FAMILIA, DIVINO TESORO
- - La vida a veces se vuelve dura, sin motivo,
pero forma parte de un aprendizaje que no entendemos y que nos resistimos por comprender
– divagaba para sí.
Mientras paseaba, desde la colina y camino abajo, se iba acercando al centro
del recinto donde se albergaba toda clase de puestos variopintos: armas cortas con empuñaduras de cuero reforzado, sedas, ropajes, turbantes de colores, túnicas traídas de Alejandría con símbolos extraños, ungüentos, calzado de Zambia, amuletos para el mal de ojo, pócimas rejuvenecedoras de los antiguos dioses…, nada podía faltar
en un mercado de aquellas dimensiones, como los típicos charlatanes que por unas monedas que te leen el
futuro conociendo previamente parte de tu pasado.
En los pasos laterales se encontraban los puestos con comidas y bebidas, unas frías y otras calientes, cercanas a las zonas con sombra para permitir reposar lo "engullido".
Era un día espléndido para pasear, el sol brillaba en todo su esplendor y empezaba a notarse su calor. Todavía no había excesivo tumulto, lo que permitía poder ver toda la explanada de puestos y con comerciantes sonrientes, algunos a media dentadura, si cabe hasta más amables.
Los chiquillos correteaban traviesos y juguetones entre las patas firmes de los puestos con carnes humeantes, panes recién horneados, frutas de la zona y vasijas de vino, al tiempo que se veían regañados por los comerciantes que los vendían, por miedo sobre todo al vino derramado. No sólo era señal de mala suerte, sino un bien preciado poco común en aquellos festejos.
Bastet y Merary se encontraban en
uno de los puestos más cotizados, los que combinaban sedas traídas de otros
lugares junto con joyas preciosas. Ellas estaban a lo suyo, mirando vestidos, sortijas
de oro y plata, así como algún bonito brazalete con piedras engastadas, al
tiempo que controlaban sus enseres para no ser hurtadas en un descuido.
Desde que Merary vivía al
servicio del faraón, éste le pasaba una asignación anual para: pagar a la servidumbre, mantener la villa y también poder costearse algunos caprichos. Merary nunca fue mujer de grandes lujos,
pero en cambio Bastet, toda una mujer con casi dieciocho años y en edad de
casarse, sí le gustaba presumir con los muchachos del pueblo, y ponerse bonitos
pendientes que lucía coqueta.
Entusiasmadas se encontraban mirando
trapitos y baratijas, cuando alguien tocó sus hombros… se giraron y Bastet
gritó:
- - ¡Abassy, Abassy, est.. estás aquí! -, éste
las miró conmovido al tiempo que les abrazaba con fuerza. Estuvieron así largo
rato, compartiendo ese momento tan ansiado.
Una vez más sosegados, Bastet repuesta dijo:
- - - Abassy te hemos echado tanto de menos,
creíamos que no volveríamos a verte. No supimos de ti en años, enviaron a
petición nuestra emisarios del faraón en tu búsqueda al desierto, sin éxito,
durante varias lunas. No conseguimos dar contigo, pensamos que alguna arena
movediza te había tragado… el verte aquí parece obra del dios Anubis que ha
querido traerte de vuelta de entre los moribundos -, dijo Bastet mientras
se secaba las lágrimas con la manga de seda.
Merary sólo escuchaba sin poder articular una palabra. En trance le miraba, le acariciaba el pelo, le tocaba los brazos, le abrazaba y le volvía a contemplar. No salía de su asombro. Aquellos ojos verdes hablaban por sí solos y Abassy respetó el momento tierno de su madre e hizo lo propio: besarle y abrazarle durante esos instantes.
Bastet, Merary y Abassy,
decidieron abandonar el mercado para poder recuperar el tiempo perdido
y ponerse al día, a lo que Abassy sugirió conocer “La Villa Cucalkamon” y que Bastet le
explicará que había pasado con su escarabajo, y si se lo había podido entregar, como siempre fue su deseo desde niña, al rey de Egipto. A lo que Merary
accedió, llamó a su guardia personal para que les escoltara e iniciaron camino.
Al llegar a la altura de uno de
los guardias, éste reconoció a Abassy, pues fue con quien tuvo el duro enfrentamiento
que pudo haberle costado la vida, y Abassy sutilmente agarró la empuñadura de
su daga ante aquella duda razonable. No hizo falta, pues aquel centinela agachó la
vista y a regañadientes refunfuñó algo ininteligible.
- - ¡Disculpas aceptadas!, - gritó Abassy al tiempo que le daba una fuerte palmada en el hombro. El guardia aceptó el gesto, se serenó y continuaron la marcha.
Una vez que llegaron a la villa, ambas
mujeres sujetaron las manos de Abassy y a tirones fueron visitando cada rincón
de aquella maravillosa casa: amplias habitaciones, salas y patios decorados con
pinturas y adornos de la corte, como si de un pequeño palacete se tratara. Los
jardines cuidados por jardineros contratados por Merary que junto a sus ideas habían plantado "delicias" de las flores y vegetaciones autóctonas de la región.
Habían convertido en su ausencia aquella triste covacha en una auténtica villa egipcia.
Merary le acompañó a la sala de té, mientras Bastet fue un momento a asearse.Subieron unas escaleras y llegaron a una pequeña pero acogedora sala con varias columnas en círculo, de las que colgaban telas orientales, y en el centro una mesita baja con varios cojines de diferentes bordados y colores donde acomodarse.
Una sirvienta se disponía a ofrecerle variedades de té, cuando Abassy, tosco, le frenó en seco:
- Disculpa, pero llevo siempre mi propio té. Los tuaregs lo toman mucho gracias a sus propiedades para el cuerpo, corazón y mejor aún, para ir de vientre. Es un té traído del Mar Muerto por comerciantes que viajan en grandes barcos atravesando la gran mar, lo llaman Té Tencha. El color de la hoja es un verde limpio, de sabor amargo, pero si te acostumbras a tomarlo a diario tiene el poder del rejuvenecimiento, como los dioses del antiguo Egipto. Y no son leyendas, vi con mis dos ojos como las ancianas tuaregs decían que una prueba de su longevidad (algunas contaban más de noventa ciclos solares) y de su joven aspecto, se debía a la toma diaria de este codiciado té. Se les ve menos edad de la que puedas tener tú, madre -, explicaba Abassy mientras daba una bolsita con rejilla con las hojas del té verde en su interior a la sirvienta, que las miraba con cara de desaprobación.
Merary se sintió ofendida: ¿cuántos años se pensaría éste hijo suyo qué tenía?, podría ser más mayor, sí, pero ella
se veía mejor que muchas. Y así se lo hizo saber, con un mal gesto y negando con la cabeza enfurruñada. Al verla encendida y roja por la ira, Abassy reaccionó entre risas:
- - No te ofendas madre, jajaja, no te ofendas.
Verás cómo tomando estas hierbas con un poquito de leche de cabra te verás con
más ánimo, más lozana y sin molestias en las rodillas. Eso sí, nunca las tomes
con el estómago vacío o el dolor no será de vientre, será de cabeza. Muy
importante es estar con el estómago lleno, ya sea de alimentos y de agua. Este “té
mágico” funciona cuando el cuerpo está en equilibrio, como la vida -, dijo
Abassy convencido.
Conversaron durante días; Abassy les detalló cada momento vivido en el desierto, donde creyó iba a perder la vida. Relató vivaz sus aventuras, sus viajes, así como la estrecha relación con los tuaregs y todo lo aprendido, una cultura ancestral camino del olvido, pero con mucho que aportar a la civilización actual en sus costumbres y en su manera de entender el universo que nos rodea.
Ellas hicieron lo propio, contar cómo habían sido sus rutinas en su ausencia, mientras su hermano abandonó la covacha para irse a vivir a las afueras de la ciudad, al otro lado del Nilo. Les visitaba cada ciclo solar, con su mujer, según Merary bizca y espabilada para lo que quería, pero de buena familia.
Prosiguió Bastet su relato, explicando que su vida fue sin lujos, pero honrada, donde nunca les faltó ni a ellos ni a los allegados para comer. Un golpe de fortuna les convirtió
como por arte de magia de plebeyas a “faraónicas”, por voluntad del faraón de
reconocer el trabajo y esfuerzo de todos aquellos hombres, mujeres y niños que
levantaron su lugar funerario para toda la eternidad.
Abassy pidió ir a verla terminada. Le explicaron que ellas tenían acceso a la misma tras las buenas relaciones existentes entre Bastet y Kufu. Una vez llegada a la colina de acceso autorizado, observaron detenidamente la magnitud de aquella obra arquitectónica.
Bastet con mirada perdida en el desierto infinito, suspiró. Movió las manos pidiendo pausa a su madre y hermano. Ambos callaron. Ella se mostraba sonriente, y a la vez nerviosa por la emoción. Una suave brisa movió ligeramente sus tirabuzones que se formaban en su cabello de manera natural, con tal suavidad y ternura que parecía cómo si la propia brisa detuviera el viento para escuchar aquellas palabras. Bastet quiso empezar su relato, pero no podía, sintió ahogo y cuando lo intentó de nuevo se atropellaba con las palabras. Respiró profundamente tres veces, se llevó el dedo índice a los labios pidiendo silencio, volvió a sonreír, y más calmada dijo:
- Tengo que contaros una cosa que ya no puede esperar. Abassy no sé si te volverás a marchar al desierto o decidirás quedarte y empezar aquí una nueva etapa, a mi me gustaría tenerte cerca, pero comprendería que quisieras seguir aprendiendo en tu viaje de vida lejos de nosotras. Decidas lo que decidas será parte de tu camino, como el trayecto de ida que nos ha llevado a levantar durante años esta obra funeraria junto con los antiguos sacerdotes y sus mantras mágicos, capaces de levantar moles de piedra con el pensamiento y después nosotros de pulirlas y tallarlas gracias a padre Adio y a su cuadrilla, tu incluido. Ésta gran pirámide será recordada por la humanidad presente y futura. La verán nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos por toda la eternidad. Y tengo que deciros a ambos que he tomado una determinación importante con mi presente: El Faraón Kufu me ha pedido ser su concubina y me he negado. Quiero ser su reina, a lo que él finalmente y tras deliberar con su consejo han aceptado; habrá una ceremonia, un ágape y regalos entre ambas familias, viviré en palacio y tendréis un salvoconducto especial para venir todas las veces que queráis a vernos. Durante todos estos años me he dado cuenta de que aquella obsesión con el escarabajo no era más que una excusa para conocer al hombre y dios, algo que me tenía obsesionada, la profundidad de la idea del más allá, la vida eterna y el ciclo de la existencia. Nos hemos respetado, desde el principio hemos empatizado, y nos gustamos desde que le presenté a "Cucalkamon", jajaja, mi pequeño y entrañable escarabajo. El tiempo es un divino tesoro, que sin ser diosa lo he aprendido. Y ese tesoro es un bien que hay que apreciar, como el de la familia. La Familia hoy lo es todo y mañana por circunstancias, puede dejar de serlo. Al final todo son prioridades de vida, una vida de un alma inmortal que habita un cuerpo mortal, que vive, sufre y ama. Cuando cumple su ciclo establecido por los dioses, perece y aquella alma errante se presenta ante el dios Anubis, quien, con la pluma de Maat en una mano y tu corazón en la otra, balancea el peso de ambas para determinar si fuiste buena o mala persona. El eterno equilibrio, y como dice mi amado, la Eterna Dualidad de este mundo, y del Ahora: Seamos Felices, Seamos Eternos -, explicó Bastet emocionada.
Durante horas permanecieron enfrente de aquella pirámide cogidos de la mano y sin apenas mediar palabras, contemplando un atardecer maravilloso con un Sol que daba claros signos de apagarse por el horizonte, y donde sus últimos rayos parecían iluminar cada uno de sus rostros.
No sabían qué les depararía el futuro, pero no importaba, pues la vida presente es un momento; el futuro no es más que un sueño al que todos queremos llegar.
FIN