Cucalkamon, Cap. VIII: El Ágape

Capítulo VIII: El Ágape



Pequeños destellos lumínicos asomaron por el horizonte, acariciando el antiguo obelisco a la entrada de aquella meseta convertida en ciudad donde viven en armonía familias, siervos y esclavos dedicados a la construcción de la gran pirámide, seña de identidad en todo en Nilo.


Como era costumbre para fomentar el trabajo en comunidad, cada trimestre del año los capataces y jefes de obra, peritos y los talladores de piedra, aprendices y parte de la corte del faraón de aquella Necrópolis reunían a sus vecinos, familias, amigos y allegados en la gran plaza que hacía las veces de mercado principal, donde preparaban un gran festín: viandas por doquier, agua dulce de manantiales traídos de Alejandría en grandes tinajas de barro para conservar el agua fresca, perca en salazón, carnes de matanza reciente, que, junto con tinajas con distintos "brebajes" traídos en barcos por el dios Hapi [río Nilo], que hacían las delicias de los más mayores.

La música no podía faltar: arpas, trompetas de plata, panderetas, castañuelas y címbalos, cedidos por palacio, producían deleite y buen ambiente entre los invitados. Doncellas de la corte acompañaban las melodías con sensuales bailes, produciendo en novios y casados, enrojecimiento en sus nucas por parte de sus parejas y esposas.

Los preparativos se producían desde el alba hasta la media mañana, cuando se daba lugar al ansiado ágape. Los niños chillaban y correteaban entre los taburetes y aquellas largas mesas de madera…, unos corriendo y otros jugando distraían a las mujeres, intentado coger algunos trozos de pan recién horneado, a lo que eran respondidos con manotazos, reprimendas y risas.

Aquella mañana la Villa Cucalkamon se encontraba majestuosa. Así decidió el faraón llamar a la propiedad que regaló a la familia de Adio, y en honor a Bastet por la ingeniosa ocurrencia del regalo para su eternidad, aquel escarabajo sagrado.

Merary y Bastet habían colaborado estrechamente en los preparativos de la fiesta en la ciudad llevando enseres, sillas, taburetes, algunos telares para adornar, flores… estaban entusiasmadas y felices por una razón común: ¡Abassy había vuelto!, Neftal se había puesto en contacto con ellas hacía unos días haciéndoles presente que su hijo se encontraba en la ciudad, escondido de los soldados que querían darle caza y ejecución. Algo que enseguida puso remedio Merary, hablando con la corte real y sus guardias. Les hizo saber que era su hijo, y que de ningún modo debían perjudicarle ni hostigarle.

Pidieron a Neftal que le diera cobijo en su casa hasta organizar una quedada el día de la festividad, donde Abassy se sintiera seguro y rodeado de sus amigos. Aún no se lo podía creer, aquel hombre de piel negra que fue a su villa hacía un mes sí era su hijo.

- "La vida no está hecha para sufrir, sino para aprender a ser feliz con las pequeñas cosas" -, le explicaba Merary mientras peinaba el cabello largo de Bastet.

Y puntualizaba: – "Nadie es más que nadie; ni tan siquiera el rico es más que el menos tiene. Y el que se cree superior al resto, es porque nació necio. Hay que ponerse en las sandalias de cada persona para apreciar su propia realidad, por lo que lo mejor es no juzgar. Vivirás tranquila y serás feliz, pendiente de tu vida y no de ajenas" -, concluía.


En una casa próxima al mercado, Abassy se disponía a salir dirección a ésta, vestido para la ocasión, con un precioso manto de lino rojo y una túnica blanca, regalo de los tuaregs para sus ritos ceremoniales. Agarró su seña de identidad, aquella daga con diamantes y piedras preciosas incrustadas, que se ató al cinto, no visible a ojos de curiosos. Se afeitó la barba, después de un relajante baño matinal, se sentó y colocó sus sandalias nuevas, regaladas por Veksda, la mujer de Neftal como muestra de amistad. Ya preparado bajó las escaleras de la planta superior de la casa, dirección a la entrada donde sus amigos le estaban esperando.

Según salió por la puerta, Neftal le gritó: - ¡Pareces la novia! -, le decían retorciéndose en carcajadas Neftal y Veksda cuando le vieron aparecer por el portón de entrada.

Y añadió: - ¡Tu madre no te va a reconocer!, tan afeitadito pareces otro -, y proseguían las chanzas sobre su aspecto, a lo que Abassy respondía con risas.


Neftal, y su mujer Veksda no pudieron tener descendencia, pero eran excelentes personas que ayudaban a sus vecinos en su educación de sus hijos. Ambos eran maestros de escuela en la ciudad, un pequeño templo sacerdotal cedido por el faraón que estaba muy implicado en la educación infantil del pueblo. Los maestros les enseñaban a leer y a escribir, nociones de matemáticas, filosofía y algunos dialectos de la zona para los alumnos aventajados. Eran dos personas encantadoras al servicio de su comunidad, muy queridos y respetados por todos.

A menos de cien pasos para llegar a la plaza del mercado, y ya se notaba la polvareda del tumulto, y el jaleo de sus gentes. Las brasas ya denotaban espesura ennegrecida por el carbón, chamuscando pequeñas ramas y preparándose para la mayor.

Abassy ya se encontraba nervioso; se detuvo en seco, se limpió el sudor de la frente con la mano, cerró los ojos y respiró profundamente tres veces. Ahora sí, ya estaba preparado para el reencuentro. Había muchos sentimientos encontrados, muchos recuerdos felices: se acordó de su padre, Adio, de sus hermanos que vivían en la otra punta del mundo, y de aquellos que ya no volverían. Las imágenes en forma de recuerdo le devolvieron la sonrisa en el rostro y se sintió feliz consigo mismo. Una vez repuesto en varias zancadas se volvió a poner a la altura en el paso de sus amigos; éstos ajenos a la parada de Abassy, se encontraban tejiendo trajes, que no de lino.



[Continuará…]