EL DÍA DE LA CERVEZA - Capítulo IV Culcalkamon

CAPÍTULO IV: EL DÍA DE LA CERVEZA


Aquella mañana era distinta de otras tantas otras. La bruma matutina había desaparecido, dejando paso a un dios radiante, con una iluminación limpia dejando atrás aquella niebla a la que estaban acostumbrados en la Riviera del Nilo en cada amanecer.

Egipto habitualmente despertaba con niebla. Los días sin bruma eran los mejores para los que se aprovechaban de embarullar las mentes del gentío, donde los sacerdotes hacían “su agosto” o así llamaban al mes donde preparaban más sacrificios y donaciones para la entrada de una nueva estación, y con ella conseguir sus deseos con el beneplácito de los dioses. Dioses que no debían de dar abasto, con tantos rezos y peticiones en los meses de más calor. Sus ciudadanos pedían favores y mejores cosechas a cambio de los impuestos, donaciones y tributos.

Sí, ciudadanos: Lo que inicialmente era una aldea de artesanos, se había convertido tras casi diez años de trabajo duro e incesante en una gran ciudad. Donde existían un puñado de chozas, ahora había casas estructuradas, espacio y senderos de piedra entre ellos. En el centro de la ciudad, una gran plaza donde dos días por semana se reunían los comerciantes y vendían sus productos.

Aquella ciudad estaba protegida por un pequeño ejército del Faraón. Éste en su afán de que sus secretos no fueran desvelados, controlaba sus dominios gracias a una gran muralla alrededor de la ciudad que constaba de 4 entradas, al norte, sur, este y oeste.

Las cuadrillas de artesanos eran muy valoradas en la época, por los trabajos sobre la piedra y pinturas que plasmaban en aquellas paredes con colores vivos y originales. Éstos debido al trabajo que realizaban tenían una alta mortalidad, por lo que la gran mayoría no llegaba a viejos. Los que lo conseguían, instruían a los más jóvenes en el oficio.

Otros en cambio se dedicaban a la fermentación de la cerveza, al tiempo que de daban sorbos para probar la gradación de alcohol que era de por sí muy alta, lo que les permitía dormir “como dioses” toda la noche. Un retiro merecido tras años incesantes de cinceles y martillos de piedra.


La cerveza junto con el vino, se convirtieron en la bebida diaria de los egipcios. El Faraón cada vez demandaba mayor cantidad de cerveza, ya fuera para recibir invitados en sus fiestas en palacio, como ofrenda a los dioses, y para sellar pactos de ley en sus conquistas.

La semana de mayor producción los agricultores de recolección de cereales y cebada contrajeron una enfermedad estomacal por una cerveza en mal estado, lo que produjo serios dolores de estómago. El encargado del Faraón era muy quisquilloso con los contagios y pidió que no fueran los habituales quienes llevaran el transporte del cereal y de las ánforas de cerveza a palacio. Los agricultores pidieron ayuda a la familia de Merary y de su difunto esposo Adio muy queridos en la ciudad. Éstos ante la necesidad de ayuda, accedieron a llevar la mercancía a la corte, escoltados por algunos miembros de su ejército.

Bastet se enteró de que su madre iba a llevar el preciado “oro dorado” como habían bautizado a la cerveza y se ofreció voluntaria junto a Mased, su hermano. 

¡Mamá, mamá, es mi oportunidad para tratar de tú a tú al faraón y enseñarle mi escarabajo! – gritaba al tiempo que daba saltos de alegría por toda la casa.

Merary más calmada, le explicó que era una gran responsabilidad para ella y la familia que la mercancía llegara en perfectas condiciones, y que además, el faraón no sería el encargado de recibirles dado que no eran ninguna eminencia ni extranjeros que llegaran a palacio.

Pero Bastet seguía a lo suyo, insistiendo a su madre y hermanos en poder ir; a lo que Merary accedió para que conociera la corte, pero siempre y cuando se mantuviera en todo momento acompañada de Mased y no se bajara del carromato bajo ninguna circunstancia:

- Bastet podrás llevar tu escarabajo si me prometes que nadie lo verá… no queremos que asuste a las mujeres de la corte. ¿De acuerdo Cuqui? – le dijo a Bastet mientras le apretaba con los dedos cariñosamente la mejilla.

A lo que Bastet asintió con la cabeza con mirada solemne, mientras que una mano oculta a la espalda cruzaba los dedos. No quería que su madre sospechara de que en el momento oportuno, intentaría esquivar a su terco hermano y acceder al palacio donde dar con el faraón.

 

Por fin llegó el día. Todo estaba preparado para llevar aquellas ánforas de cerveza, fermentada, y hecha por aquellos ancianos artesanos, ya no del cincel, sino del “oro dorado”. Era muy importante que tras la fermentación recomendada, la cerveza fuera consumida ya que según el paso del tiempo, la cerveza perdía gradación alcohólica lo que le daba un tono más oscuro, perdiendo sabor y propiedades terapéuticas.

Bastet había echado cuentas de las ánforas: - “20 ánforas pequeñas y 5 medianas. 3 fardos de paja. 10 panes recién horneados… a ver a ver, sí creo que está el pedido al completo. Vamos Mased, que lo he contado todo todito unas siete veces. Cuando quieras ¿eh?, que nos vamos, que no hay que hacer esperar a nadie, que ya es de día, cuanto más tardemos más calor hará. Habrá que irse ya que el tiempo aprieta, como decía padre, cuanto más tiempo pasa es como un plomo que se agarra a los huesos y no te deja moverte, y nosotros deberíamos movernos ya, que si no salimos urgentemente me haré vieja de esperarte. Démonos prisa Mased que te veo muy tranquilo. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo y yo tan nerviosa?, recuerda el dicho, el que espera se desespera, y no debemos desesperar al faraón, tendrá sed después de tantos días bebiendo agua, o lo que es peor leche de cabra, ¡vamos no me mires así y dale a las riendas!, hasta los caballos te están mirando con ansia a ver si te decides ya a arrancar” -, reía Bastet al tiempo que se subía a la parte delantera del carromato junto con su hermano, que la esperaba callado con cara de circunstancia.

Merary se despidió de ellos con la mano, al tiempo que iban abandonando la ciudad. Les habían preparado un pase especial para salir, acompañados por algunos hombres del ejército del faraón a caballo. El paso era tranquilo y sosegado, las ánforas aunque iban mezcladas con los fardos, debían llegar en perfectas condiciones, en un camino pedregoso a medio día de camino, con algunas tribus controladas pero no por ello imprevisibles y peligrosas llevando una mercancía tan preciada no sólo por el faraón y los ciudadanos, sino también por las tribus y ladrones que merodeaban lo ajeno.

 

[Continuará…]