Cucalkamon, Capítulo II: UN NUEVO COMIENZO

- “Adio, tesoro, con lo que hemos sido y mira dónde estamos ahora. Que la verdad, no te reprocho nada, ni tengo que reprocharte, más bien al contrario, eres y serás siempre un marido, un amigo y un gran padre, no hay más que ver cómo te quieren tus hijos. Eres de lo únicos hombres fieles que este mundo ha conocido, valiente en tus proyectos de vida y leal, sí leal y honroso con tu familia y con tus seres queridos. ¡Ay! no te dije: ayer mismo estuve charlando por la tarde con Bazta, nuestra amiga de infancia. ¡Unas risas! Recordando nuestros momentos de juventud, las dos estuvimos loquitas por tus huesos. No pongas esa cara, Bazta siempre te quiso como esposo y nunca te lo confesó, son cosas de mujeres. Yo en cambio nunca pensé que tendría posibilidad, pero quedé incrédula cuando fuiste a hablar con mis padres. Te presentaste allí sin nada que ofrecer, normal, eras huérfano viviendo sólo con tu tío lejano que te dio cobijo y pan diario. Eso sí, te enseñó oficio y para esos nunca falta trabajo. Les enseñaste tus fuertes manos listas para trabajar en lo que hiciera falta. Sólo sé que mi padre tras hablar contigo quedó complacido, se lo noté en la mirada tras aquella barba abundante, y me llamó al orden a ver si yo estaba conforme con el casamiento. ¿Cómo no iba a estarlo? Si rezaba por ti en las noches y te miraba desde lejos por el día, como esa bruma que te nubla los ojos cuando añoras lo que no tienes. Aquellas manos no sólo tallaban la piedra con aquellos cinceles de cobre, también acariciaban mi piel cada noche en el lecho. Levantamos aquella choza de la nada, y poco tiempo después la mejoramos con piedra, adobe y ventanas de paja reforzadas con tiras de papiros, vino tu amigo ese de Asuan, que tenía grandes ideas. Como decía mi padre en la vida faltan ideas y sobran profetas. Construimos nuestro hogar donde atender a nuestras familias y amigos. Cada dos años me embarazabas, siempre tan respetuoso en el cuidado de mi salud, para que no enfermara después de cada parto y estuviera recuperada. Nunca me he sentido más feliz, te lo juro por la sangre y el honor de mis padres que en paz descansen con sus dioses. Sí sus dioses, porque nunca fueron los nuestros. Él adoraba a los elementos de la tierra: la luz, el agua, la tierra madre, el aire y el fuego. En cambio, tú, mi vida, nos enseñaste que los dioses son los que crean un todo, tal y como hoy lo conocemos. Un dios pide ayuda a otro dios para crear mundos. Nos enseñaste las estrellas… le pusiste nombre a una ¿recuerdas?, allí estaremos algún día los dos juntos por toda la eternidad, porque las personas de gran corazón viven allá, en las estrellas y brillan siempre con el pasar de generaciones. Nuestros hijos han aprendido lo bueno, y les hemos dado la oportunidad de tropezar en sus errores, no en los nuestros, para seguir aprendiendo. Aunque ellos son jóvenes y no ven la vida como la vivimos nosotros. Quieren trabajar menos y ganar más, cosas de jóvenes. Tus hijos están bien, sanos, fuertes, y siguen a las órdenes del gran faraón, completando el trabajo que tú empezaste. En cambio, Bastet… Bastet ha cambiado. Se ha hecho más mayor, ya es toda una mujercita, aunque mantiene el apodo que con gracia le pusimos, Cucalkamon. Sigue persiguiendo sus sueños de poder, y algún día, poder encontrarse con el faraón cara a cara y mostrar aquel escarabajo sagrado que le acompañe en su eternidad, al que cuida y venera con respeto, como si de un verdadero amuleto se tratara. Se agarró a aquella promesa de vida contigo, como el que agarra un mendrugo para alimentar a su familia, se aferró a aquellas conversaciones vuestras. Todos te echamos de menos, Adio… pero la que necesita esfuerzo para mirar al día con los mismos ojos de antes, soy yo, tu esposa.

Pasan los años y cada día es un nuevo día mejor, porque te siento más y más cerca. Va a ser cierta aquella teoría tuya, que nos edulcorabas con ensoñaciones imaginarias, que realmente hay una vida más allá, para el faraón, pero también para los hombres de gran corazón como tú, Adio.”-, susurraba Merary entre lágrimas, al tiempo que depositaba unos capullos de loto y unas hojas de laurel encima de la tumba del que fue su esposo.
 
Adio había fallecido hacía poco más de tres años, debido a la rotura de cuerda de una de las poleas que sujetaban los bloques de granito rojo, y éste al intentar salvar a uno de sus compañeros, no pudo esquivar aquella gigantesca piedra.
 
Cuando la fatídica noticia llegó a oídos del faraón, éste complacido por el gran trabajo realizado hasta entonces envió a su sumo sacerdote a hacer el oficio de sepultura en uno de sus templos con todos los honores, es decir, sin incineración. Además, prometió trabajo y mantener tres comidas al día para sus familiares y a todas las generaciones que fueran necesarias hasta completar el trabajo encomendado para la familia de Adio. Reconoció públicamente no sólo el gran trabajo realizado, sino la honestidad y ejemplaridad en el mismo.

El sacerdote gritaba al pueblo durante el rito mortuorio: -“En esta vida los hombres nobles tienen cabida junto con los dioses. Éstos nos observan y ven nuestros actos. ¡Sea!”-, a lo que el gentío rompía en aplausos, y algunos hasta lloraban de la emoción. 

Después proseguía: - “Si los actos son puros, nos bendicen. Si los actos son impuros, nos repulsan y nos apartan del camino divino. Llegado el momento de no vida, el dios de los muertos Anubis guiará nuestros pasos en la pasarela al otro lado. La balanza de la diosa Maat, símbolo de la justicia, verdad y de armonía cósmica, decidirá vuestro juicio final: Tomará su balanza celestial y en el lado izquierdo colocará su pluma de avestruz blanca, contra el peso de vuestro corazón en el derecho. Si el corazón pesa más que la pluma, significa que estáis libres de culpa, que el difunto fue una buena persona en vida, e irá directo a “Las puertas del Yarú”, para estar junto con sus familiares y amigos, en un paraíso para toda la eternidad”-, decía el sumo sacerdote del faraón tras la sepultura.

Una vez enterrado el cuerpo, dejando algunos enseres del difunto en vida al lado izquierdo, como marcaba la tradición, continuaba:
 
-“Pero si, por el contrario, la pluma de Maat pesara más que vuestros corazones, entonces seréis devorados por Ammyt, la bestia, mitad león, cocodrilo e hipopótamo”, sentenciaba con voz estremecedora, mientras el pueblo guardaba un silencio prolongado y agachaba la vista hacia el suelo.
 
Normalmente el sacerdote concluía sus plegarías y oraciones con el denominado “culto al sacerdocio”, es decir, dar la voluntad para el mantenimiento de los templos y del cuidado de cerca de las 2000 deidades a los que se veneraban. Por lo que siempre eran bien recibidas las donaciones para dar larga vida al faraón, dios en vida entre los dioses del cosmos, y así favorecer la creación de nuevos templos y estatuas.

La ley decía que aquellos devotos acérrimos de los dioses tendrían el privilegio de ser elegidos para erigir “el camino hacia los dioses”. Leyes verbales que más tarde por orden del faraón se escribieron y transcribieron a todas las partes de Egipto por "Los Escribas de Renzi", con el fin de dejar constancia a futuras generaciones de los logros en vida del faraón.

 
[Continuará…]