CUCALKAMON

Cuenta la leyenda que la primera mujer que habitó la Tierra era una sin nombre. Esa "sin nombre" acabó convirtiéndose en anónima y "anónima" puso fin a ese nombre para llamarse alguna pronunciación ininteligible, pero que cobró sentido día tras día al pronunciarse sobre sí misma.
Con el paso de las generaciones, tanto mujeres como hombres empezaron a cobrar protagonismo ya no sólo por la fecha de nacimiento, hora y estación del año, sino por el nombre que se les daba. Quienes sabían interpretar las estrellas y los astros, eran capaces de definir cómo iba a ser la vida de aquellas personas.
 
La historia de hoy cuenta como una niña que vivía cerca de la riviera del Nilo en una época de faraones en el antiguo Egipto, enseñó a sus conciudadanos la importancia de la amistad con todo lo que nos rodea.
Valores de grandes civilizaciones que en su día fueran descendientes de lemurianos y atlantes, y que probablemente funcionaban en armonía con el planeta y el universo, así como con sus habitantes y especies.
Nuestra protagonista, Bastet, una niña que creció próxima a las aguas del Nilo nos enseña cómo la naturaleza  y todo lo que nos rodea vive en sintonía con los seres del planeta, donde el más fuerte no es más importante que el resto.
 

CAPITULO I: Cucalkamon

 

Bastet era una niña a la que gustaba hablar con los insectos, jugar con ellos, de hecho tenía una amplia colección en su cuarto. Bueno, aquel cuarto no era suyo, era una habitación común donde pernoctaba junto a sus tres hermanos, todos ellos varones y de mayoría de edad: Mased, el hermano mayor, rubio como Merary, su madre y con unos ojos azules penetrantes; Ator, el mediano, más bajo que Mased, pero todo un portento físico; y por último, Abasi, que no sabían exactamente qué edad tenía. Su padre lo encontró en la Riviera del Nilo y lo rescató cuando iban a comérselo unos caimanes. Lo llevó para casa y lo adoptó, lo trató como uno más de la familia. Negro como el tizón, fuerte, capaz de domar a los caballos como nadie. No sabían si perdió la capacidad del habla, nunca había pronunciado una sola palabra desde que lo rescataron del Nilo.

 

Su padre Adio, el encargado de aquella obra, manejaba el cincel y tallaba la piedra como nadie en toda la comarca, de hecho era la profesión que había heredado de sus ancestros. A pesar de sus gruesos brazos, éstos dejaban paso a la delicadeza de unas manos que tenían fama en varios cientos de kilómetros a la redonda de ser las más codiciadas por todo aquel que quisiera tener una tumba a la altura de un faraón. Por ello el propio faraón le había encargado el proyecto y éste debía quedar rematado en menos de 10 años.

 

Bastet apenas tenía recién cumplidos los ocho años, era muy niña para pensar en casamenteras, por lo que pasaba largas horas dedicada a sus "bichitos": arañas, culebras (que guardaba en agua dulce que cambiaba todos los días en una vasija de barro que le había hecho a medida su hermanastro Abasi), cucarachas, escarabajos, gusanos… todo lo que cualquier niña de la época repudiaba a ella le encantaba. Los llamaba sus mascotas, y los guardaban en pequeños recipientes que su padre y sus hermanos le habían construido en cuencos hondos de barro y arcilla.

 

Su padre, Adio, le prometió que algún día tendría una pequeña habitación donde albergaría toda aquella colección de insectos, con el fin de que tuviera un lugar donde poder contemplarlos y que no significara el adiós de su querida Merary, que no era tan condescendiente como lo era él.

 

Cucalkamon, te voy a cambiar el nombre y te llamaremos Cucalkamon ", le decía su padre entre risas. – "Algún día serás la encargada de disecar los insectos que llevará el gran faraón en su tumba y estos dormirán con él gracias a ti, durante toda la eternidad", le explicaba por las noches antes de dormir.


Aquella frase era la que más le gustaba escuchar de su padre, noche tras noche. Adio y Bastet imaginaban cada anochecer cómo sería poder tener un espacio en la piedra tallada junto a los cartuchos del faraón donde apareciera escrito:

" Cucalcamon, aquella heroína que gracias a su amistad con los escarabajos y langostas dominó las plagas durante el reinado del faraón más grande de todos los tiempos… ", y caía profundamente dormida.


Al despertar cada mañana a excepción de sus padres y hermanos que se levantaban pronto para acudir a la cantera, su madre y ella, atendían los quehaceres del hogar, limpiando y reconstruyendo aquella casa de adobe, paja y piedra, así como preparar cada día la comida, recoger el agua del pozo… la vida era dura pero agradecida.

Pero lo que más le gustaba a Bastet era aprender cosas de casa como remendar ropas, limpiar, cocinar, y acompañar a su madre al mercadillo los martes y jueves por la mañana, para que aprendiera a desenvolverse en los trueques de mercancías y dejara a un lado a aquellos asquerosos bichos, como su madre cariñosamente los llamaba.


La posición social de su padre como jefe de obra, otorgaba ciertos privilegios a la hora de atender sus necesidades básicas, pudiendo comprar cereales para hacer pan y comprar carne y pescado al menos una vez por semana. Adio y Merary eran personas generosas y compartían los alimentos con los más necesitados, por lo que era una familia muy querida por la aldea.

Por norma general en aquella época se comía una vez al día: Carne de oveja, lechón, y pescado en salazón. 

En ocasiones si el faraón quedaba complacido por un trabajo bien terminado, les traían tinajas de vino caliente. No se escatimaba con aquellos hombres y mujeres que estaban dando su vida por cavar la tierra, tallar la piedra y levantar monumentos en su nombre. No eran esclavos, eran trabajadores de la tierra, del mármol y de la piedra al servicio del faraón. Así era la vida en Egipto.


[Continuará...]