“Es así que yo traigo en mi corazón la Verdad y la Justicia, porque he sacado de él todo mal" (Fragmento del Libro de los Muertos 1.550 a.c.). |
Desde hace milenios el ser humano ha vivido más preocupado de vivir la vida preparando el camino hacia la muerte. Las civilizaciones Egipcia, Maya y Aztecas, son las que más nos han invadido los corazones por sus conocimientos metafísicos y astrofísicos, todo guardando una relación estrecha con el más allá y con la descendencia directa, y aún no reconocida porque no ha podido ser justificada, con la Atlántida, que tan bien describe Platón. Pero sin desviarnos del tema principal y sin querer indagar en un artículo tan gastado y a la vez intrigante como lo es la filosofía y la no vida egipcia, sobre el poder de la muerte, debemos centrar nuestro destino, en el camino sin retorno, o al menos un retorno no como el que conocemos ahora en nuestra tercera dimensión.
Todos nosotros en algún momento de nuestra vida, perdemos a un ser querido. Algunos son familiares directos y otros amigos que sin lazos de sanguinidad que queríamos como si de familia se tratasen.
Creemos que el camino durante su existencia fue demasiado corto, que el tiempo pasado fue mal aprovechado, que no tuvimos tiempo de decirles adiós, que no pudimos demostrarles lo mucho que los queríamos. A veces la pérdida es tan rápida que no da lugar a despedidas, a veces el tiempo y el lugar no están en su sitio, o más bien que no estuvimos en el lugar ni en el momento adecuado. Nos culpamos creyendo que podríamos haber cambiado el destino, cuando el destino está fijado en cada uno de nosotros en el momento en el que nacemos, y hasta el propio nacimiento está creado por el destino de nuestros padres. Hagamos lo que hagamos, creamos como sintamos, no se puede volver atrás. Ese camino no está creado para el destino del Hombre, quizá fuera de este cuerpo que poseemos por un tiempo y que dejamos atrás encontremos la respuesta a la pregunta, pero mientras sigamos aquí, tendremos que conformarnos con la creencia ancestral y en parte, astral, de que después de la vida existe VIDA. Quizá la Muerte sea lo que ahora estamos viviendo y la Vida lo que nos depara el después.
Morir no significa desaparecer, sólo finalizar vínculos físicos en este mundo actual. Lo primero porque siempre llevaremos en nuestro pensamiento y en nuestra alma, a la persona que se ha ido de viaje sin billete de vuelta. Y lo segundo, porque desaparece el cuerpo carnal pero no el astral. El Alma sí es inmortal, es el regalo que nos da Dios al nacer en nuestro nacimiento hacia la vida, poder llegar a Él en algún momento de este arduo camino hacia la Eternidad.
Cada persona le da un significado al viaje de la Vida: unos piensan que el difunto se ha marchado de viaje al extranjero y que ya no va a volver; otros piensan que sigue aquí y le hablan como si nunca se hubieran marchado; y otros se despiden a su manera, dejando camino a los que venimos detrás.
La muerte no es el fin, solo es un paso más en el camino de la vida: Eterna.